sábado, 20 de junio de 2009

Oración para clamar por los oprimidos

(Manuel Felipe Rugeles)

1

El agua,
el aire,
el sol
y el pájaro del alba,
desde la sombra
anuncian tu presencia en la tierra.

Es tu poema.
Gracias damos a Ti porque en él dejas
la armonía y la luz de tus palabras:
el agua,
el aire,
el sol
y el pájaro en el alba.


2

Lejos, perdido, olvidado,
y sin embargo tan cerca.

Luciérnaga y pedernal
son anuncios de su estrella.
Sombra de astro
en la sombra de la tierra.
Claridad que nos inunda
el espíritu y lo quema.
Al amparo de su lumbre
arden el sueño y la pena
de los humildes; al amparo
de su estrella.


Lejos, perdido, olvidado
por todos. Solo en la esfera
de su misterio,
torre de la fortaleza.

Otros no le quieren ver,
ni hallar la flor de su huella,
ni advertir cómo su aurora
funde en oro las tinieblas.

Lejos, perdido, olvidado,
y sin embargo tan cerca.


3

En el espejo de la estrella y del agua,
en el verde de la hoja y del fruto,
en el color de la tierra y del hombre,
advertid la ecuménica divinidad de Dios.
Presentido en el ala de la brisa inalcanzable
sobre islas y llanuras desiertas,
en el canto del pájaro que desnuda el silencio de la montaña,
en la tormenta que amotina sus ráfagas de luz misteriosa
sobre la noche de las ciudades
y en el perfume de los lirios
que extienden su blancura a la orilla de los remansos,
como la cabellera de los ángeles
aún no rebelados.



4

¡Oh! ciudad de la sangre,
con mariposas negras
y pájaros de incendio en el crepúsculo.

¡Oh! ciudad de la sangre,
con hormigas rojas
que lavan su hartazgo de muertos
en los pozos de lluvia.

¡Oh! ciudad de la sangre,
con voces rotas de clarines
y banderas desgarradas.

Escuchad este grito
de alerta entre las llamas:
Él hablaba de paz
y amor en sus parábolas.
Buscad su voz
perdida entre las rutas
altas de la montaña.


5

Id a buscarla,
me dice el alma.
Id en pos del secreto que ella guarda.

Entre ayes de agónicos soldados
y gentes que blasfeman, ¿ podré hallarla ?

Sólo su voz se escucha en el silencio
de pavor en que callan las granadas.

Desde el árbol, enseña de su muerte,
Cristo por sus heridas sigue hablando.






6

El fuego
se ha encargado de secar mis lágrimas.
Venció en mí,
y ha destruido mis falsos dioses.

Purificó mi canto y mi esperanza
y la luz de mi espíritu y mi carne.

Entre cenizas
anda ahora en el recuerdo,
y sólo un lirio intacto se alza
En medio de mi mundo hacia la estrella.


7

Bien podría sentirme en todas las miradas
y saberme pequeño.

Diminuta la luz náutica
perdida en alta mar y noches ebrias de tormenta.
Imperceptible llanto de la hormiga
en el túnel de la rosa olvidada.
Gota de agua o calcinada lágrima
en la hoguera en que arden
los júbilos y canciones del mundo.

Imposible creer que en la hora más pura de las cavilaciones
no haya el soplo de un trino
o la burbuja de una llama en nuestra vida,
para clamar al Dios que nos tienda la mano
y disipe, con trompetas de ángeles no soñados,
las sombras y el dolor de la tierra.



8

¡Oh! Dios de las parábolas
tatuadas en la verde hoja desnuda,
en el dorado ovillo del gusano,
en la limpia mirada de los peces.

El más humilde canto
de la fe que renace en mis palabras
va hacia Ti como el fruto de mi angustia y mi gozo.

Hágase en mí tu voluntad
como la resina en los árboles,
el vellón en la piel de los corderos,
el rocío en la yerba de los valles.

Hágase en mí la voz
de tu grandeza eterna, iluminada,
para entonar los himnos que aún te quedan sobre la tierra.

Con la música de tus órganos celestiales
enséñame a clamar por los tristes del mundo.


9

LA INÚTIL SOLEDAD

¿ Hacia qué soledad te encaminas,
¡oh! paria, ¡oh! traficante de las desilusiones,
con tu sombra a la espalda
como en un río de violetas ?

¿ Hacia qué tierra huyes,
con tu carta de nubes
y tu único vestido de fiesta ?


¿ Para qué soñar otra soledad más lejana y más honda
que esa mustia, callada, de tu cuarto sin libros,
sin estatuas, sin pájaros ?
Soledad de naufragio
o soledad de muerte golpeándose la frente
con guijarros de olvido.

¿ Hacia qué soledad te encaminas ?
¿ Hacia qué isla verde
y en qué mar
de qué mundo
podrás vivir sin cantos, sin palabras, sin odios,
como si te enterrases en un sueño de opio?

¿En que foso de montaña o llanura,
en qué grieta de la tierra o del aire
quieres hundir tu lágrima, tu bostezo y tu miedo?

¡Oh! solitario que andas sin brújula en la mano
y al evadirte sientes un frío de metales
y un surtidor de sangre negra en la garganta.

Hazte a la metafísica de tus mejores años.
A la luz de la copa donde bebiste el zumo
de la primera estrella. A la uva y la rosa
de la edad en que el cielo te dio su abril y el trigo
puso sobre tus manos su espiga más alegre.

Vuelve. Torna al estadio del mendigo y la fiera,
del sordo y del que habla con lengua de serpiente.
Al mundo tuyo, mío y de todos. Al mundo
de la uva y la rosa, de la espiga y la estrella.

Busca el aroma estoico de lejanas edades
cuando la sangre mártir era entre las venas
un río desbocado hacia los cielos.